"Sellamos la
puerta del mausoleo. Saltamos escaleras abajo, cruzamos recepción
como un rayo y besamos con las suelas el asfalto de la la calle para
devorar varias manzanas a paso rápido, solamente dedicándonos de
tanto en tanto las miradas nerviosas de dos adolescentes escapados de
clase. Yo no tenía ganas de decir nada. No hacía falta. Sherezade
tampoco dijo la primera palabra hasta que estuvimos ya bastante lejos
del hotel, y esa palabra fue “espera”. Entonces con una horquilla
sacada de su bolsito rosa de Hello Kitty abrió el candado de dos
bicis que dormían abrazadas contra un poyete. Pedaleamos los dos
bajo la luz de la luna llena por calles que se iban haciendo
progresivamente más inclinadas, mientras íbamos dejando atrás el
bullicio del Paralelo, y el tumulto hipstérico de sus bares
con carteles de “Sangría” y “Tapas”. Ninguno lo había
expresado en voz alta, pero los dos sabíamos que nuestra meta era la
montaña de Montjuich, la roca oscura que se levantaba entre la
ciudad y el mar, y hacia ella pedaleábamos con ganas y sintiendo el
aliento cortarse por el esfuerzo y el fresco de la noche. Cuando la
pendiente amenazó con vencer nuestro entusiasmo nos bajamos de las
bicis y las llevamos de la mano cuesta arriba, por la carretera vacía
y serpenteante. Descansamos por primera vez cuando estábamos
bastante altos, ya por encima de los tejados de las casas y las
azoteas con palomares, apoyados en una barandilla de madera y con la
alfombra luminosa de la ciudad a nuestros pies. Allí nos quedamos un
largo rato, todavía sin que una sola palabra rompiese la magia del
momento. Yo me sentía ya mucho mejor. El caminar me había despejado
la cabeza, y había hecho abrirse al puño que me atenazaba las
tripas de tal manera que ahora sólo sentía en mi barriga el leve
cosquilleo que la resaca de sábado deja cuando ya ha pasado el
martes. El ataque había remitido. Yo ya no me sentía impotente, el peso sobre mi nuca era mucho más llevadero. Ya no me sentía nervioso al
lado de Sherezade. Supe, sin haberlo hecho todavía, que ya no me
costaría hablar. Y sentí entonces ganas de hacerlo.
-Seguro que
si lo pienso un poco, soy capaz de adivinar en qué sitio de ahí
vives tú.-dije de pronto señalando hacia el mosaico de luces.
-Tú estás
loco- afirmó ella con una breve sonrisa.
-Bueno...¿Y
por qué no voy a poder, eh?
-Pues porque
ni me conoces a mí, ni conoces la ciudad. Así que doblemente
imposible.
-Vale. Lo de
que a ti no te conozco no lo puedo negar – reconocí- Pero...¿Que
no conozco Barcelona?¿ Y a ti quién te ha dicho eso?
-Pues tú.
Antes. En el hotel. Me dijiste que era la primera vez que venías.
-Ya. Pero es
que no haber estado en una ciudad no significa no conocer esa ciudad.
Hay más formas de conocer una ciudad que estando en ella.
-No me
digas. ¿Y qué formas?
-Leer sobre
ella, por ejemplo -contesté- A veces, leyendo sobre una ciudad se la
puede conocer mucho mejor que pisándola. ¿No crees?
Sherezade no
contestó. Sólo apretó muy fuerte los labios finos de su boquita y
frunció el ceño un poco, valorando su respuesta. Después se
encogió de hombros y soltó una pequeña pedorreta desafiante.
-Vale, pues
te lo voy a demostrar. -dije yo con decisión- Mira. Aquello de allí
-dije señalando al fondo a la izquierda – Es el Carmel. De allí
venía el Pijoaparte de “Últimas tardes con Teresa”, de Marsé.
Teresa Serrat, la Teresa del título, es de un poco más abajo y un
poco más hacia allí, del barrio de Sant Gervasi, zona pija. En
otros libros Marsé también habla de aquí, del sitio en el que
estamos: La montaña de Montjuich, y los poblados de chabolas que en
el siglo pasado llenaban la otra cara, y bajaban casi hasta el mar.
Ahí vivió su infancia alguien llamado Fernando Atienza, que un día
de 1971 estuvo buscando al Watusi por toda la ciudad, y descubrió la
belleza en la piscina del Club de natación, por allí por la
derecha. Eso de ahí abajo es la estuatua a Colón, en la Plaza
Portal de la Pau, en la que vivía un buitre bastante crápula
llamado Buitaker, y antes ahí, en el puerto, a su lado, había una
réplica de una de las carabelas hasta que una locomotora de tren
salió volando de debajo del agua y se la llevó al espacio exterior
en el cómic de “La caja de Pandora”, de Superlópez. Esto de
aquí abajo es el Poble Sec, y más allá comienza la Ciutat Vella,
por donde maquinaba Onofre Bouvila en el tiempo que fue de una
exposición universal a otra. El Raval, antes el Chino, el chino de
Jean Genet, por donde pululan aún los fantasmas de Bromuro, y de
Biscúter, y de Charo. Donde está el Bar del Pirata, al que iba el
Maki, el último choriso. Por donde también la liaba parda toda la
basca del Makoki: El Emo, el Cuco, el Niñato. Makoki, por cierto,
organizó una espectacular fuga de la cárcel Modelo, que está por
allí, para el otro lado de la montaña, por el barrio de Sants. Pero
no nos vayamos. El Gótico, por allí, donde está la Plaza del
Diamante en la que Colometa conoció a un tipo llamado Quimet.
También por ahí, más hacia el Borne, estaba el Zeleste, en donde
los Garriris de Mariscal tomaban bocatas de jamón afgano. Luego
están las calles parten la ciudad: la Rambla, por allí, que era por
donde se prostituía Anarcoma, de Nazario. El Paralelo, que acabamos
de dejar, por donde corrían Sarita y todas las lumis de Alfredo
Pons...El Víbora, joder. No hay nada mejor que el Víbora en su
época dorada. Pero no sólo de viñetas vive el hombre...mira, allí,
aquella celda cuadrada es el Eixample. En su parte derecha está la
calle Aribau, en la que estaba el piso de Andrea en “Nada”, de
Carmen Laforet, y aquello de allí es el Tibidabo, el cuya ladera
estaba el Cadillac solitario, y esto, todo esto, es la Barcelona por
donde se perdió Gurb, la Barcelona perforada por entradas secretas
de la T.I.A., la Barcelona por la que Flanagan persiguió al Pantasma
en un taxi, la Barcelona de Carvalho y de Zipi y Zape y de Gato Pérez
y de Massagran y de La Moños y de...
Me paré de
repente. Sherezade me miraba con los ojos muy abiertos y la boca
torcida en una cómica expresión de alarma, como si le diese miedo
el torrente de información que se le había venido encima.
-Vale. Lo
siento. Perdón-dije mostrando las palmas de las manos mientras
tomaba aire y me serenaba- Creo que me he dejado llevar más de lo
que debía.
-No, no. Si
está muy bien.-contestó- Ha sido muy...interesante.
-Ya, pero
bueno. Creo que explica bien mi punto de vista, ¿no?. A pesar de no
haber estado nunca antes de hoy, conozco la ciudad más que mucha
gente que ha estado más veces.
-Bueno-corrigió
ella-conoces la ciudad que está en los libros, y en los tebeos, y en
las canciones. Vale, conoces muchas Barcelonas distintas. Pero
ninguna es de verdad.
-En eso te
vuelves a equivocar- repliqué yo- Todas ellas son más reales que
esta en la que estamos. Mucho más reales que...que esta mierda de
sitio de cemento barato y precios caros, que este parque temático
para extranjeros beodos. Esta...esta... puta mierda... acabará
viniéndose abajo más pronto que tarde, te lo digo yo. Es imposible
que algo tan mal construido aguante tanta estupidez. Se derrumbará.
Explotará. Se lo tragará el mar o vendrán los extraterrestres y lo
arrasarán como en el Mecanoscrito del Segundo Origen. Y entonces
será polvo. Esta Barcelona de baratillo dejará de existir. Y sin
embargo, la Barcelona que yo te he dicho, la de los libros, la de los
tebeos y las canciones...
...esa Barcelona seguirá existiendo para
siempre".
De "El precio de Sherezade", de Daniel Orviz. (Work in progress)
...